viernes, 9 de marzo de 2012


LA LITERATURA Y EL HOMBRE


De todas las expresiones artísticas habidas y por haber, es, acaso, la Literatura, el arte bello de la palabra, la más contemplativa y majestuosa que pudiera existir. Nació hace miles y miles de años, como invención mayor del lenguaje, una vez que este ya se hubo enquistado en nuestros antepasados, quienes derribando las barreras de la realidad, no siempre satisfactoria, trascendieron de ellas para forjar mediante historias llenas de fantasía y encanto un mundo de ficciones paralelo al real, y que no ha podido abandonarnos desde entonces. En sus diversas manifestaciones (poesía, narrativa, teatro, ensayo), la literatura se ha mantenido firme a través de tiempo, siendo un espejo del mismo, desde el cual generaciones posteriores pudieron ver reflejadas las más profundas emociones humanas, las cuales trascienden de forma increíble los linderos del tiempo y el espacio. Es, pues, la conexión tan íntima con el hombre, la que hace de la literatura un acto perdurable.

Al respecto, Carla Ramírez Brunetti, destacada investigadora costarricense en área de Humanidades, en su libro “Use el lápiz y sea feliz”, definió el acto de creación literaria como una catarsis, que le permite a nuestros fantasmas, esos que nos habitan y nos asustan, salir para siempre. La literatura, el acto de creación mediante la palabra, se presenta así como una suerte de salvación espiritual que calma las inquietudes humanas y concientiza las mentes; las más hermosas composiciones literarias han surgido precisamente de aquellos estados subjetivos donde la pena, la alegría, el amor, el desamor, como cualidades casi inherentes al hombre, han sido liberadas en las ficciones.

Por otro lado, se enarbola como la mayor arma de insurrección contra las limitaciones de la vida y los poderes externos que se ejercen sobre ella; en esta línea encontramos a grandes pensadores de talla universal, como Jean Paul Sartre, quien fue un férreo defensor de la literatura como compromiso, en un texto suyo muy recordado, “¿Qué es la Literatura?”, el intelectual francés señaló que el escritor ‘comprometido’ sabe que la palabra es acción: sabe que revelar es cambiar y que no se puede revelar más que si se proyecta hacer un cambio. En la misma dirección, pero con un giro menso radical y libre de tintes ideológicos, nuestro Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, señaló en su discurso de honor “Elogio a la lectura y la ficción” que gracias a las ficciones los seres humanos podemos darnos cuenta del valor de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que ésta se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión.

Sin embargo, será quizás la mayor rebelión que suscita la literatura, aquella que se levanta contra el más grande e inminente destino del hombre: La muerte. La trascendencia que adquiere este aspecto contestatario de la Literatura ante la efímera duración de la vida, se percibe mejor en la premisa latina “Scripta maner verba volat”, la misma que usó Jorge Luis Borges en una conferencia dictada en la Universidad de Belgrano en 1974, para ilustrarnos el hecho de que, mientras la palabra oral se evidencia como una realidad efímera (liviana), la palabra escrita (o muerta) logra perdurar a través de los años e inmortalizar de esa forma al artífice del acto literario.

Personalmente, siempre me he maravillado por la facultad omnipotente que posee la Literatura para cambiar la vida de las personas. Tengo diecinueve años, estudio Derecho en la universidad más emblemática del país, no obstante, mi verdadera y única aspiración siempre ha sido y será la Literatura, aún cuando la ejerza anónimamente, en la soledad de mi habitación, en complicidad con mi diario de hojas roídas por el tiempo. La literatura me ha ayudado a ver el futuro con mayor expectativa y confianza; me ha prodigado felicidad, amistad, amor. Tengo, pues, una infinidad de motivos para expresarles mi profundo amor, respeto y compromiso por el bello arte de la palabra, así como para exhortarles a que cojan un libro y se dejen maravillar por la fantástica experiencia que significa el leer, sumergirse en el fantástico mundo de la literatura, ese silencioso oficio que me permite a mí, a ti, a todos los seres humanos, soñar mientras estamos despiertos y sentir que la vida es una aventura diaria, un cuento que, mediante la ficción, no encontrará un final jamás.

domingo, 4 de marzo de 2012

Por ti

En el pisar del rocío
te siento
En las hambrientas noches
como estas
para llenar nuestro espíritu
nada más bello que el clamor de tu gente
nada más humano que el proyecto de algo nuevo
y oscuro
Provócame, tú,
a nadar sin miedo
en la inmensidad del gris océano
de sus lágrimas
a percibir sin más el prístino sentido,
el primario de los sentimientos

Y álzame en vuelo feniano cada mañana
al abrir los ojos y descanzar las armas.

sábado, 3 de marzo de 2012

Amado Nervo: El poeta que no debe ser olvidado


Amado Nervo fue un escritor y poeta mexicano conocido parcamente en nuestro país. Nació en 1870 en una provincia azteca y murió en 1919 en un país ajeno y alejado del suyo. Su existencia se prolongó cuarenta y nueve años, edad de finamiento igual a la de Rubén Darío, con quien sostuvo (según el crítico Sánchez Mejía) una entrañable amistad. Justamente con el afamado poeta guatemalteco formó parte de la primera gran corriente literaria y estética surgida en nuestro continente, independiente al fin del arraigo formal e intelectual que la España colonizadora legó como vestigio de subordinación.

Nervo fue en su momento un pulcro y reconocido intelectual mesoamericano, su obra trascendió hasta el ojo crítico de Juan Ramón Jiménez, en una España recelosa del invasor y foráneo genio americano que amenazaba aportar en la línea creativa (de considerable tendencia europea) un hilo de elementos inéditos, propios y sobre todo riquísimos. Pero el brillo de la crin modernista se vio opacada por la vorágine de un contexto histórico complicado, que inspiró un sentimiento universal de inconformismo y solidaridad mutua que trascendió en la pluma (materialmente más tecnológica) iconoclasta de los vanguardistas, no americanos, no europeos, sino cosmopolitas. La generación de Nervo fue eclipsada por la necesidad del tiempo y la novedad que siempre atrae al hombre contemporáneo; sin embargo, la revaloración crítica al aporte y el valor subjetivo (entiéndase referido al sujeto creativo) que representó el Modernismo para América frente al mundo, logró vencer la fuerza de una historia incesante y evolutiva, después de todo, gracias a los señeros precedentes, esto aun cuando no se ha logrado desempolvar del todo el baúl de contribuciones literarias de importantes creadores como Nervo.

Mi aproximación con este escritor (perdone usted, lector, la intromisión de este lado anecdotico) se presentó hace unos siete años (recité un poema suyo en un concurso escolar de declamación, en el cual obtuve el primer lugar) y se vio notoriamente reforzada por el gran aprecio que tuvo mi abuelo Alberto “Peñita” a su obra, aprecio que supo cultivar en mí. La noche del día en que falleció mi abuelo, cogí arbitrariamente el libro de antología poética del poeta mexicano; por una confabulación del destino, al abrirlo al azar me topé con el poema “El silencio”, cuyo mensaje resumió certeramente las muchas ideas que en aquel momento surcaban mi cavilar… Aquel mismo poema acompaña hoy el lecho mortuorio del anciano difunto, pude entregarle a tiempo el último signo de ese querer y esa admiración ocultos en nuestras conversaciones que nutrieron los años precedentes a la inmortal ausencia. Acaso él pueda, quebrantando mis principios racionales, leer en las noches inacabables el poema del escritor que acompañó esas silenciosas tardes de reflexión que pocos pudimos respetuosamente contemplar.


EL SILENCIO

Después de unas cuantas voces

de amor de dolor, de miedo,

que lanzamos en la vida,

nos reconquista el Silencio.

¡El gran silencio, que fue

antes de los vanos ecos

de este mundo, y que será

cuando cesen todos ellos!

¡Un Silencio sin fronteras

más que inmóvil, más que muerto,

definitivo reposo,

en cuyo inmutable seno

ya no se desgranará

el collar de los momentos

ilusorios y fugaces,

porque ya no habrá más Tiempo!

¡Descanso de la Energía,

que en sí misma recogiendo

su vibración creadora,

reabsorberá el universo!

Amado Nervo (1870-1919)




(Arriba) Luis Alberto Sánchez, connotado crítico literario del siglo XX también se refirió a la figura de este importante poeta que hoy injustamente es recordado por pocos.



(Abajo) El siguiente es un poema que Nervo escribió como evocación a su difunta amada Ana Cecilia Dailliez. La profundidad de esta composición lírica me recordó los poemas que Edgar Allan Poe escribió tras la muerte de su esposa Virginia Clemm.