Amado Nervo fue un escritor y poeta mexicano conocido parcamente en nuestro país. Nació en 1870 en una provincia azteca y murió en 1919 en un país ajeno y alejado del suyo. Su existencia se prolongó cuarenta y nueve años, edad de finamiento igual a la de Rubén Darío, con quien sostuvo (según el crítico Sánchez Mejía) una entrañable amistad. Justamente con el afamado poeta guatemalteco formó parte de la primera gran corriente literaria y estética surgida en nuestro continente, independiente al fin del arraigo formal e intelectual que la España colonizadora legó como vestigio de subordinación.
Nervo fue en su momento un pulcro y reconocido intelectual mesoamericano, su obra trascendió hasta el ojo crítico de Juan Ramón Jiménez, en una España recelosa del invasor y foráneo genio americano que amenazaba aportar en la línea creativa (de considerable tendencia europea) un hilo de elementos inéditos, propios y sobre todo riquísimos. Pero el brillo de la crin modernista se vio opacada por la vorágine de un contexto histórico complicado, que inspiró un sentimiento universal de inconformismo y solidaridad mutua que trascendió en la pluma (materialmente más tecnológica) iconoclasta de los vanguardistas, no americanos, no europeos, sino cosmopolitas. La generación de Nervo fue eclipsada por la necesidad del tiempo y la novedad que siempre atrae al hombre contemporáneo; sin embargo, la revaloración crítica al aporte y el valor subjetivo (entiéndase referido al sujeto creativo) que representó el Modernismo para América frente al mundo, logró vencer la fuerza de una historia incesante y evolutiva, después de todo, gracias a los señeros precedentes, esto aun cuando no se ha logrado desempolvar del todo el baúl de contribuciones literarias de importantes creadores como Nervo.
Mi aproximación con este escritor (perdone usted, lector, la intromisión de este lado anecdotico) se presentó hace unos siete años (recité un poema suyo en un concurso escolar de declamación, en el cual obtuve el primer lugar) y se vio notoriamente reforzada por el gran aprecio que tuvo mi abuelo Alberto “Peñita” a su obra, aprecio que supo cultivar en mí. La noche del día en que falleció mi abuelo, cogí arbitrariamente el libro de antología poética del poeta mexicano; por una confabulación del destino, al abrirlo al azar me topé con el poema “El silencio”, cuyo mensaje resumió certeramente las muchas ideas que en aquel momento surcaban mi cavilar… Aquel mismo poema acompaña hoy el lecho mortuorio del anciano difunto, pude entregarle a tiempo el último signo de ese querer y esa admiración ocultos en nuestras conversaciones que nutrieron los años precedentes a la inmortal ausencia. Acaso él pueda, quebrantando mis principios racionales, leer en las noches inacabables el poema del escritor que acompañó esas silenciosas tardes de reflexión que pocos pudimos respetuosamente contemplar.
EL SILENCIO
Después de unas cuantas voces
de amor de dolor, de miedo,
que lanzamos en la vida,
nos reconquista el Silencio.
¡El gran silencio, que fue
antes de los vanos ecos
de este mundo, y que será
cuando cesen todos ellos!
¡Un Silencio sin fronteras
más que inmóvil, más que muerto,
definitivo reposo,
en cuyo inmutable seno
ya no se desgranará
el collar de los momentos
ilusorios y fugaces,
porque ya no habrá más Tiempo!
¡Descanso de la Energía,
que en sí misma recogiendo
su vibración creadora,
reabsorberá el universo!
Amado Nervo (1870-1919)
(Arriba) Luis Alberto Sánchez, connotado crítico literario del siglo XX también se refirió a la figura de este importante poeta que hoy injustamente es recordado por pocos.
(Abajo) El siguiente es un poema que Nervo escribió como evocación a su difunta amada Ana Cecilia Dailliez. La profundidad de esta composición lírica me recordó los poemas que Edgar Allan Poe escribió tras la muerte de su esposa Virginia Clemm.
0 comentarios:
Publicar un comentario