sábado, 25 de febrero de 2012

Ribeyro, la voz del mudo

Cuando se habla de Julio Ramón Ribeyro son dos espacios de su vida que producen gran admiración para quien este dispuesto a conocerlos a profundidad: Julio Ramón Ribeyro, el cuentista, Julio Ramón Ribeyro, el hombre.
Julio Ramón Ribeyro Zuñiga nace el 31 de agosto de 1929 en Lima e ingresa a la Pontificie Universidad Católica del Perú para seguir la carrera de Derecho en 1946. En sus años universitarios y a partir de 1949 publica cuentos, entre ellos “la encrucijada”, en revistas y suplementos culturales como El Dominical de El Comercio. Ya en abril de 1950 el futuro premio Juan Rulfo sentía un desapego por la carrera de Derecho y se veía cada vez más inclinado por el mundo de la literatura, hecho que se ve reflejado en la recolección de sus diarios personales “La Tentación del Fracaso” que posteriormente publicaría en 1987 . Los pensamientos más vagos e introspectivos así como los acontecimientos trascendentales de su vida están presentes en dicha obra, incluso su afición por el cuento, el género literario que lo definiría como escritor es mencionado en el siguiente pasaje “yo veo y siento la realidad en forma de cuento y sólo puedo expresarme de esa forma”. A pesar de ello, las obligaciones con la que se suponía sería su profesión le forzaban en muchas ocasiones a desentenderse de la actividad literaria y decide, como muchos de sus personajes, dejarle su suerte al destino esperando pacientemente con un cigarro en la mano una oportunidad que le permitiera hallar la solución a su propia encrucijada.



En 1952 recibe una beca para estudiar periodismo en Madrid y sin saberlo todas las más secretas ambiciones que en alguna ocasión compartiría con Alberto Escobar y Pablo Macera, muy allegados amigos suyos, se ven encaminadas rumbo a Europa.
Al culminar su beca en Madrid reside en París a partir de 1953 y publica en 1955 su primer libro “Los Gallinazos sin Pluma” cuya temática está presente en la mayoría de sus cuentos. Es, curiosamente, este libro juvenil el que lo consagra como uno de los más grandes cuentitas de la narrativa peruana. Será, quizá, el hecho de haber observado desde una latitud tan distante la problemática de la urbe limeña lo que le permitió retratarla en toda su complejidad o talvez, en un intento de retratar una ciudad que hasta entonces no había sido retratada y por lo tanto no había sido inmortalizada, no encontró una figura más natural y abundante a la cual retratar que la propia pobreza.
No obstante su primer libro fue tan poco reconocido en París que en un intento por saciar las necesidades que su vicio por el cigarrillo le generaban empezó a vender sus libros y finalmente se decidió a deshacerse de diez ejemplares de “Los Gallinazos sin Plumas”, “Cuando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármela por la cabeza. "Aquí no recibimos esto. Vaya a Gilbert, donde compran libros al peso". Fue lo que hice. Volví al hotel con un paquete de Gitanes” cuenta Ribeyro en “Solo para fumadores”.
Además de ser un gran cuentista dos de las novelas de Ribeyro han sido condecoradas: “Crónica de San Gabriel” en 1960 con el Premio Nacional de Novela y “Los Geniecillos Dominicales” en 1965 con el Premio de Novela del diario Expreso en la que narra la vida bohemia e intelectual de aquel entonces, poseedor él, muy probablemente, de fuentes directas. Y es que cada obra de Ribeyro posee algo de él, más aún en los ensayos presentes en “La caza sutil” donde Ribeyro critica las creaciones literarias de diversas índoles. Sin embargo es el diario el género que le llamó la atención desde los catorce años de edad, sobre todo tras la lectura del diario íntimo de Amiel, y en el que incursionará los últimos años de su carrera como escritor y como simplemente hombre.
Leyendo obras como “Prosas apátridas”, “Dichos de Luder” y sobre todo “La tentación del fracaso” podemos entender e hilvanar con mayor precisión en la vida del escritor en relación a su obra y descubrir al hombre detrás de ella. Ribeyro, luego de la publicación de este último libro, señaló frente a sus más íntimos amigos en Gallerie Mailletz, uno de sus lugares predilectos en París, que el título de su obra se debía a esa sensación de duda que le embargaba desde joven, y que en cierta manera nos embarga a todos, de saber de si lo que escribía tenía sentido, “y hasta una especie de deseo de no realizar una obra definitiva”-diría-“Así que pensé en el hilo conductor del desasosiego, del temor a la obra acabada, y entonces elegí este título”. Ese temor es el mismo que se ve reflejada en sus personajes, débiles frente a un ente que es indiferente a su dolor, así viven ellos el fracaso: del verdadero entendimiento de sus desgracias y la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Ribeyro así nos permite sumergirnos en el mundo de la desgracia de cada uno de estos personajes y convertirlas en las nuestra mediante la identificación de ese sentimiento que todo ser humano ha sufrido en algún momento de su vida.
Existe mucho que hablar acerca de un escritor completo como Julio Ramón Ribeyro; sin embargo, son dos características importantes de su narrativa las que conmueven desde el primer contacto que se tiene con ella. La primera está altamente relacionada con su estilo narrativo o, en palabras más simples, con la forma de sus cuentos y es la capacidad del autor de “La Palabra del Mudo” de recrearnos en un lenguaje ligero pasajes tan sublimes como cotidianos que le permite al lector, cual sea su formación, una especial identificación con sus personajes y las angustias e ilusiones de cada uno de ellos. Quizá por la propia identificación que Ribeyro sentía por sus creaciones o por lo menos por su mundo interior: “Cada escritor tiene la cara de su obra ”. Por supuesto, esta sentencia va seguida de pasajes donde el autor establece la necesidad de creación para poder distinguirse y con suerte, o sin ella en el caso de un Ribeyro fascinado por la privacidad del anonimato, trascender. La segunda, y no menos importante, es la temática social de una urbe en desarrollo que se muestra indiferente al sentir de las clases más desafortunadas. Temática propia de la narrativa de la generación del 50’ y que sin embargo el desarrolla de una manera muy particular.
Es allí, en un estilo auténtico, que encontramos desde personajes tan insólitos como el protagonista de “La Insignia”, presentándonos un relato divertido al mismo tiempo que perturbador “Han pasado diez años. Por mis propios méritos he sido designado presidente. (…)y a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle” hasta trágicas escenas como la inminente muerte de Pepe en “Al Pie del Acantilado” y la desgarradora frase de su padre al intuir su pérdida luego de varias horas de búsqueda somnolienta tratando de hallar su cuerpo en altamar: “(…) para qué llorar si las lágrimas ni matan ni alimentan. El mar da, el mar también quita”. El primero de los relatos aludidos es un ejemplar de Ribeyro en la temática de lo absurdo, tema que persigue en menor o mayor medida todos sus cuentos mediante un estilo genuino con clara influencia Kafkiana. Sus personajes tienen en común ese sentimiento de duda, de inseguridad en ellos mismos y sus acciones, logran visualizar así su desgracia, unos con mayor claridad que otros, ya sea por un desafortunado hado o por las acciones de terceros que repercuten injustamente en ellos. Estos seres a quienes Julio Ramón Ribeyro dio vida trascienden al transcurrir del tiempo y pertenecen principalmente a las clases media y baja de la Lima de mediados de siglo XX.
Pues a mediados de siglo XX, encontramos en Lima a una clase aristocrática paulatinamente reemplazada por una burguesía incipiente que ve en la urbe nuevas oportunidades de surgimiento, como también grandes obstáculos en su haber; en este contexto relata Ribeyro el transcurrir casi mecánico de la clase media limeña que es compuesta en ese entonces principalmente por la burocracia. Es Ribeyro quien retrata, como con un pincel, las nuevas y no tan nuevas relaciones que convergen en este nuevo escenario social, mostrándonos el sentir mismo de una clase que se hizo a sí misma sufriendo en carne propia los efectos de la segregación e ignorancias aberrantes como la discriminación. En conclusión, una clase que en medio de la confusión buscaba un nombre.
Del mismo modo, las clases bajas y oprimidas de una urbe que se muestra imperturbable frente a la pobreza y miseria ocupan un espacio esencial en la narrativa de Ribeyro, de ahí el nombre “La Palabra del Mudo”: la palabra de aquel que no puede hablar, de ese ser que grita en silencio y a quien Ribeyro prestó su voz. Si bien es cierto que no fue Ribeyro el primero de su generación en señalar mediante su narrativa la problemática social de las clases bajas en Lima (ya Enrique Congrains había publicado “Lima, hora cero” y más adelante Oswaldo Reynoso continuaría con la temática del “realismo urbano” nacida en esta generación), sí nos permite infiltrarnos con gran precisión en la psiquis de las clases menos favorecidas como ninguno de sus contemporáneos logró hacerlo, mostrándonos una compleja imagen sociológica de las realidades más ajenas a la Lima con augurios de modernidad y alta cultura, de Alamedas empedradas y balnearios exclusivos.
La coyuntura social que le permitió a Ribeyro, como a los demás escritores de su generación, retratar bajo este realismo urbano los estilos de vida de las barriadas limeñas y escenarios afines fue el fenómeno del boom demográfico producto de las olas migratorias provenientes del campo. Una imagen muy distinta cabía en los proyectos de superación entre clases, como siempre segmentadas, de una Lima provincial; mientras unos soñaban con dominar la capital y conversar de tú a tú con los de apellido de Avenida, otros se conformaban con obtener los recursos básicos de subsistencia y una compañía fiel que bien podría ser un perro hambriento y sarnoso.
Ribeyro logró reflejar el espíritu de ambas clases en cada uno de sus cuentos. Ese espíritu, a veces alegre y pícaro, otras tantas nostálgico y triste, al cual se encargó de darle nombre y voz en la pluma sigue cautivando a sus lectores y sigue siendo un referente de la idiosincrasia limeña de aquel entonces.
Aún en nuestros días cuesta responderse a la pregunta de si será posible en un país como el nuestro construir una nación en la que el espíritu de cada hombre obtenga un lugar para desarrollarse plenamente. Y si es la literatura el espíritu de cada pueblo, entonces vale la pena leer a Ribeyro, el hombre que dejó de lado la retórica para dirigirnos como con una cámara filmadora al interior de los vestigios de esa Lima marginal.
Aquel realismo de Ribeyro es uno que da espacio a la ternura y la inocencia al mismo tiempo que a la viveza maliciosa, así podemos hallar en su narrativa los rincones olvidados de una Lima que apenas experimenta los primeros intentos de democratización en las esferas sociales más relevantes como la educación. De ese modo se presenta esta intrigante y misteriosa urbe que pudo resultar ser tan intimidante como un monstruo de “mil cabezas ”, de “gran mandíbula ”, indiferente, frívola, simplemente “horrible” .
Tan altamente inteligente, mantuvo la amistad de Alfredo Bryce Echenique y Mario Vargas Llosa pese a diferencias políticas, consultor cultural y embajador del Perú ante la Unesco es uno de los máximos representantes del cuento moderno en la literatura peruana, vencido por el cáncer al pulmón, desaparece de este mundo el 4 de diciembre de 1994. Un hombre que en la madurez de su vida gustaba de la soledad quizá por haber encontrado en la literatura la mejor de las compañías o porque, como sus personajes, pasaba la mayoría de su tiempo en la tarea de terminar su obra o de encontrarle algún sentido. Como todo grande que se siente mejor en un traje pequeño, rígido y crítico hasta el final con sus creaciones traspasaba el límite de la modestia y humildad. Como el mismo en algún momento señaló: es en el tiempo que toda obra y suceso adquiere significado y este es alegre, solemne, lamentable o amargo. El tiempo es aquel que decidió señalar a Julio Ramón Ribeyro como uno de los mejores cuentistas de Latinoamérica, ganador del Premio Nacional de Cultura 1993, Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1994 y condecorado póstumamente con la Medalla de Honor en el grado de Gran Oficial, su obra entera es exhibida en la Casa de la Literatura desde el 15 de diciembre del año pasado hasta el 4 de marzo del presente año: lo único lamentable en su obra son los laureles tardíos.































0 comentarios:

Publicar un comentario