Por: Victoria Solís
(Ensayo también disponible en PDF)
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A pocos meses de cumplirse tres años de su mortal partida, Blanca Varela sigue presente en el panorama intelectual de nuestro país, perennizada por su formidable obra poética, la cual continúa trascendiendo fronteras maravillando a gran cantidad de lectores, sirviendo como baluarte e inspiración a las nuevas generaciones de jóvenes poetas y siendo objeto de numerosos estudios literarios que buscan profundizar en el análisis de una de las voces más importantes de la poesía hispanoamericana de los últimos tiempos. He aquí una mirada a su vida y obra.
Blanca Leonor nació en Lima un 10 de agosto del año 1926. Hija de la destacada compositora de música criolla Esmeralda González Castro, más conocida como Serafina Quinteras, y de Alberto Enrique Varela y Orbegoso; heredaría de ambos un vasto acervo cultural y humanístico que alimentaría las bases de su posterior oficio de creadora. La familia González contaba ya con una amplia trayectoria poética que se remontaba a la bisabuela de Blanca, Manuela Antonia Márquez García; en tanto que el padre de nuestra poeta, determinaría gran parte de sus gustos literarios con el incentivo de lecturas de grandes españoles de la denominada Generación del 98. No obstante, Blanca presentaría desde muy niña, y casi de forma innata e independiente, una suerte de obsesión con las palabras, con la estructura y deformación de las mismas, que poco a poco despertaría sus inquietudes poéticas, las cuales se definirían en primera instancia con su ingreso a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en el año 1943, contando a penas con dieciséis años. Por aquellos tiempos San Marcos constituía un ardiente caldero de formación intelectual, es en este ambiente donde conocería a una de sus amistades más fundamentales en su vida, el joven poeta Sebastián Salazar Bondy, quien la conectaría con destacadas personalidades del mundo literario, que constituirían para la joven Blanca, toda una revelación: nóveles poetas de la llamada Generación del 50 (conformada por Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, el mismo Bondy, entre otros) y vates de mayor trayectoria como César Moro, Emilio Adolfo Westphalen (en cuya revista “Las Moradas” colaboraría desde 1947) y José María Arguedas. De éstos últimos, Varela rescataría siempre el acercamiento que ambos le proporcionaron respectivamente a dos grandes esferas literarias de aquellos años: El Surrealismo y el Indigenismo. Un acercamiento al que nuestra poeta sabría responder de forma muy particular.
En vida Blanca Varela no se consideró a sí misma como surrealista, pese a que muchos críticos literarios enmarcan sus primeras creaciones en el escenario del surrealismo (especialmente los que corresponden a su primer poemario), puede esto explicarse teniendo en cuenta las tendencias estéticas que hegemonizaban en aquel tiempo la cultura poética en Lima, influjos a los que la poesía vareliana no fue ajena del todo. La admiración que Blanca sentía por la poesía de Westphalen, uno de los mayores exponentes del surrealismo en nuestro país, pudo haber determinado en cierta forma esta aproximación, así como también la amistad con contemporáneos suyos como Sologuren y figuras de mayor edad como Manuel Jimeno Moreno, en cuya biblioteca pudo encontrar el más exquisito cónclave de material surrealista. Por otro lado, Blanca también apreció mucho la obra de José María Arguedas, con quien entablaría amistad frecuentando el local cultural que éste y las hermanas Bustamante administraban, la Peña Pancho Fierro. La forma sensible y humana con que la obra argueriana observaba el mundo, lograron conmover la intuición poética de Varela, no tanto en el aspecto formal sino en el aprecio del paisaje, la sangre y las raíces, elementos que años después en París, revaloraría con peculiar ímpetu. En este contexto de tendencias aparentemente antagónicas (el surrealismo_ y otras vertientes_ y el indigenismo, la poesía “pura” y la poesía “social”) Blanca Varela logró mantenerse, a diferencia de otros intelectuales de la época, incólume; adoptaba la inteligente postura de “la poesía como diálogo”, la cual vencía todo tipo de extremismo.
Blanca Varela, de vestido, junto al escritor José María Arguedas, las hermanas Bustamante, Celia y Alicia, y Rosi Fort. |
A mediados del siglo pasado, París constituía el centro de creación e innovación intelectual; la hecatombe de la Segunda Guerra había despertado nuevos panoramas, nuevas pasiones, nuevas preguntas que buscaban prontas respuestas. Varela tuvo contacto con grandes intelectuales que trascendían el mero aspecto literario, personajes de la talla de Breton, Simone de Beauvoir o Sartre. Éste último postulaba el Existencialismo, postura filosófica en pleno fulgor que contemplaba la vida de forma reflexiva y desencantada, propugnando ante todo la libertad del ser humano. Cabe señalar que la visión existencialista es un punto en que coinciden gran parte de los críticos de la obra vareliana a la hora de analizarla, puesto que los sentimientos de desencanto y frialdad serán sus grandes constantes. Sin embargo, la más férrea aproximación y verdadera amistad que forjaría Blanca en estos tiempos de exploración artística, sería la que tuviera con el poeta mexicano Octavio Paz, otra de las piedras angulares en su trayectoria poética. Fue Paz quién enseñó a Blanca el verdadero valor de la poesía, al menos el que Blanca estaba dispuesta a aceptar, la concepción casi metafísica de la creación poética que no espera elección por parte del individuo sino más bien que escoge a éste como su artífice de forma a priori a su propia intención. Paz, además, logró animar a Blanca a dar el primer gran paso en su apertura literaria, un paso que todos sus lectores agradeceríamos acto seguido.
Hasta aquel entonces nuestra poeta no se había aventurado a publicar alguna de sus creaciones, que escueta y rara vez enseñaba a alguna de sus amistades más cercanas. Desde su llegada a París, en 1949, había trabajado en la búsqueda de una voz propia, la cual había logrado plasmar en el primer poema que ella misma consideraría años más tarde como iniciador de su trayectoria: Puerto Supe. La importancia de este poema (considerado una joya de nuestra poética nacional y cuyo título se manifestaría como un secreto homenaje a Arguedas) radica no sólo en el valor estético del mismo sino también en el significado personal y emocional que ostentara. El hecho más importante que Varela descubriría en París (reconocido por ella misma), sería el de encontrar o descubrir su identidad latinoamericana; la nostalgia por el terruño, la confrontación con otra sociedad, otra situación, harían cantar con verdadero esplendor la voz enclaustrada de Varela, una voz que, gracias a la intervención de Paz, logró liberarse y hacerse felizmente conocida. Durante su primera visita a México en el año 1959, Blanca Varela, de 33 años, sería convencida por Paz para publicar su primer poemario (cuyo título sería resultado de una entrañable anécdota con el nobel mexicano): “Ese puerto existe”, trascendental obra que sería prologada por el propio Paz, quien la consideraría como un signo de su tiempo: “Después de la guerra no salimos al Paraíso o al Infierno: Estamos en el Túnel. La poesía anterior a la guerra se propuso perforarlo o hacerlo estallar; la nueva pretende explorarlo, como se explora un continente desierto, una enfermedad, una prisión. (…) La poesía no tiene nombre ni fecha ni escuela. Ella también es un árbol y una isla. Una conciencia que despierta”. Desde aquel entonces, la obra vareliana habría de pasar por una serie de etapas cuyas complejidades no logran eximirla de su mayor propósito: La preocupación central en el ser humano. Lo cual podemos advertir en sus siguientes poemarios (Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto Villano (1978), Camino a Babel (1986), Ejercicios Materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto Animal (1999)), los cuales saldrían a la luz de forma asistemática debido, entre otras cosas, a ese silencio y circunspección que Blanca tenía al momento de escribir. Fernando de Szyszlo, de quien se divorciaría años después de contraer matrimonio, la recuerda como una poeta libre de culpas por no escribir de forma regular, ya que siempre lo hacía únicamente cuando sentía la imperiosa necesidad de hacerlo.
Las vivencias personales de Varela alimentarían de gran gana el contenido de su producción poética, no por constituir el material de confesiones o revelaciones explícitas, sino por evocar imágenes y palabras que representarían de forma indirecta los sentimientos experimentados. Podemos apreciar este análisis en la “observación”, agudeza y sutiliza a la hora de mirar el mundo, cualidad influenciada por el entorno familiar que la rodeaba en su niñez: un hogar con preponderancia femenina, género que, como la misma poeta indicó, por sus mismos antecedentes históricos ha estado obligado a “callar y observar más cosas”. No obstante, es, acaso, la maternidad, la experiencia más intensa que Varela habría podido experimentar. Un año antes de publicar su primer poemario, la poeta concibió a su primer hijo, Vicente de Szyszlo, acontecimiento que le configuraría en gran escala su visión sobre el mundo, ahora sus sentimientos habrían de experimentar la estabilidad que sólo el vínculo carnal podría prodigar; nacen así magistrales poemas como “Fútbol” y “Casa de Cuervo”, poema dedicado a su hijo Lorenzo, quien perdería la vida en 1996.
En cuanto al aspecto formal, la obra vareliana se ha caracterizado por presentar una escritura contenida, concentrada, que sabe decir con pocas palabras lo necesario y suficiente; el equilibrio estético empleado en la poesía de Varela ha adquirido con el tiempo un sello propio y estimulador para las nuevas generaciones de jóvenes poetas, cansados ya de los esquemas clásicos. Así también, observamos una construcción poética libre de sentimentalismos y aspavientos, un repudio a lo superfluo, abigarrado u ostentoso, así como también una voz que no presenta evidentemente su naturaleza genérica: un “yo” poético universal y por lo mismo imperceptible.
Independientemente de este contenido y este formalismo tan crudos (por llamarlos de cierta manera), Blanca como mujer fue muy alejada de toda frialdad. Quienes la conocieron y entablaron amistad con ella han asegurado haberse encontrado frente a un ser humano excepcional, un ser modesto, temeroso del éxito y el orgullo, que escondía tras esa personalidad aparentemente tan adusta, una ternura y un querer insaciables, una necesidad de sentirse útil antes que venerable. Entabló una cercana amistad con poetas de generaciones posteriores, como Rosina Valcárcel, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, entre otras, a quienes frecuentaba en amenas tertulias literarias donde se cuidaba de mostrarse arrogante o señera.
Por otro lado, es importante señalar que la profundidad y meditación de Blanca trascendían de la edificación poética; sintió gran inquietud por el cine, el periodismo y la pintura, siendo ésta última una de sus grandes pasiones. Su sensibilidad ibas más allá de su naturaleza poética… su formidable naturaleza poética.
Blanca Varela ha ido conquistando nuevos y ávidos lectores en el mundo, a partir de las traducciones a diferentes idiomas que sobre su obra se han realizado: Francés, alemán, inglés, italiano, portugués y ruso; así como también los diversos reconocimientos de los que ha sido justa merecedora: En el año 2001 ganó el premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, en el 2006 se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, y hace cinco años atrás obtendría en su XVI edición el que es considerado el galardón más preciado de la poesía en español, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (conformaban el jurado personalidades de la talla de José Saramago) siendo la primera mujer latinoamericana y única peruana en obtenerlo. Estos últimos premios fueron recibidos bajo la representación de dos parientes suyos, su hijo Vicente y su nieta Camila respectivamente, ya que la salud de nuestra poeta fue desquebrajándose paulatinamente, algunos dicen como producto de la muerte de su hijo Lorenzo. Lo cierto es que la voz de Blanca fue apagándose lentamente, ausentándose de forma discreta y sosegada, madura y reflexiva, como su poesía. Falleció la mañana del 12 de marzo del 2009, dejando atrás un hondo pesar en el mundo poético que la perennizaría como uno de los mayores logros literarios de la contemporaneidad, una exquisita fuente del verdadero sentir poético en la voz de una mujer, sin parangón alguna en la poética nacional. Blanca Varela partió del mundo físico que tanto la constreñía, que tanto la conmovía, que tanto la vulneraba, hacia un lugar menos escabroso y húmedo: El universo de los inmortales.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
- TROIANO, Marita; “La inédita ternura de Blanca Varela”, en Voces, N° 36, Lima, 2009.
- VALCÁRCEL, Rosina; “Esto es lo que me ha tocado vivir”, en la casa de cartón de Oxy, Lima, 1996, N°10.
- GONZÁLEZ VIGIL, Ricardo; “La pintura: modelo creador de Blanca Varela”, en el suplemento El Dominical de El Comercio, N°21, Lima, 2011.
- CASTAÑEDA VIELAKAMEN, Esther; TOGUCHI KAYO, Elizabeth; “Blanca Varela y su tradición poética”, en La casa de cartón de Oxy, Lima, 1996, N°10.
- VARELA, Blanca, “Antes de escribir estas líneas”, en el suplemento El Dominical de El Comercio, N°21, Lima, 2011.
- Anónimo; “Una pérdida irreparable”, en Voces, N°36, Lima, 2009.
- GAZZOLO, Ana María; “Blanca Varela: Más allá del dolor y el placer”, en La casa de cartón de Oxy, Lima, 1996, N°10.
- SILVA SANTISTEBAN, Rocío; “El deterioro del cuerpo en Ejercicios Materiales”, en La casa de cartón de Oxy, Lima, 1996.
- Discurso leído en Madrid por Camila de Szyszlo en la ceremonia de entrega del Premio de Poesía Reina Sofía a su abuela, la poeta Blanca Varela.
- VARGAS LLOSA, Mario; “Elogio de Blanca Varela”, en El País, 2007, España.
- Ernesto Hermoza, entrevista televisiva a Blanca Varela, en Presencia Cultural, Televisión Nacional del Perú, 1993, Lima.
- DE SZYSZLO, Fernando; “El arte de la discreción”, en el suplemento El Dominical de El Comercio, N°21, Lima, 2011.
- PINILLA, Carmen María; “Supe y los veranos FELICES”, en el suplemento El Dominical de El Comercio, N°21, Lima, 2011.
- Anónimo; Blanca, Octavio y el Puerto, en el suplemento El Dominical de El Comercio, N°21, Lima, 2011.
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