domingo, 12 de febrero de 2012

De Lima a París, y viceversa

Por Manuel Vera

Sebastián Salazar Bondy no se limitó a sus escritos. El inmenso cariño que expresaron los cientos de miles de peruanos cuando le lloraron el día de su entierro se debió a su continuo contacto con la sociedad. Más que dramaturgo, poeta, periodista, ensayista, descontento de la realidad de sus contemporáneos, decidió crear no solo literatura sino también contribuir al enriquecimiento y difusión de esta. Quiso traer París a Lima en un contexto donde Lima se dirigía a París. 


“Él acometió esa arriesgadísima empresa plural de crear literatura, sirviendo al mismo de tiempo de intermediario entre la literatura y el público, de ser a la vez un creador de poemas, dramas y relatos y un creador de lectores y de espectadores y, como consecuencia, un creador de creadores de literatura.” (Vargas Llosa, 1967. p. 30)

En su época- como  en la nuestra-, quienes desentrañan su vocación literaria y no cuentan con un medio o un mentor en quien apoyarse para subsistir, deben dedicar horas y horas de agotador trabajo a una profesión u oficio diferentes, en su mayoría lejanos al arte de escribir. El mecenazgo de la Edad Media se desvanece. La sociedad - debido a la expansión del capitalismo-  ha evolucionado al punto de transformar el arte en mercancía y, como tal, es, en medio de un escenario debatible, mal remunerada si no eres un flamante personaje reconocido; se cree por ello, falsamente, que la literatura no es un oficio sino un pasatiempo, propio de las personas pudientes. Los marginados buscan escapar de esta realidad. Emprenden viaje hacia nuevas tierras, donde serán recibidos con los brazos abiertos y donde podrán sentir que la sociedad alienta su trabajo. Para esos hombres de no solo del Perú sino también del resto del mundo, se tendió un puente de oportunidades con el llamado Mito de París.
Los intelectuales- mejor dicho, un número considerable de ellos- viajan rumbo a París, soñando  encontrar en esta ciudad ese espíritu cultural, urbano, modernista, de bohemia, que les es negado en su país. La llamada Ciudad de la Luz los llama, los seduce y encandila con su belleza. “Durante el siglo XIX, las ciudades europeas se convirtieron en grandes metrópolis debido a veloces cambios materiales originados por el advenimiento de la industrialización. París tuvo un lugar especial en este proceso por la originalidad y la radicalidad de sus transformaciones urbanas. A su fama de modelo urbanístico, se sumaron los cafés, los barrios bohemios y el prestigio de la cultura francesa. París era la capital universal del progreso y el cosmopolitismo característicos de la modernidad.” (Rosas Buendía, 2011. p. 4)

Rubén Darío, máximo representante del Modernismo
La vida de SSB es una lucha sistemática contra este mito, el cual como queda entendido hemos heredado del Siglo XIX. Sin embargo, y aunque se le acuse con argumentos absurdos de mostrar rezagos de xenofobia en su obra, al traer París a Lima no intenta fortalecer el nacionalismo peruano. Más bien demuestra una preocupación por el oscurantismo y la desinformación hermética de sus conciudadanos, haciendo a la vez una llamada de atención a los intelectuales del mundo que pretenden encontrar solo en París el cosmopolitismo.

Pues bien, el dramaturgo peruano recibió fuerte influencia de la obra de Bertolt Brecht, quien en sus dramatizaciones pretendía hacer que el espectador reflexione y que a partir de ahí critique las injusticias de la sociedad en la que vive. Esto es característico de SSB- en fondo, pero no en forma- en sus piezas teatrales, como “Los novios”, “La soltera y el ladrón”, “En el cielo no hay petróleo”, “La oficina de arlequín”, entre otras, que constituyen el extraordinario bastión de su obra literaria. También en sus novelas, donde interpreta desde distintas perspectivas la realidad de la Lima de antaño, rompiendo los esquemas de la otrora época colonial, aunque un caso peculiar es el de su novela corta “Pobre gente de París”. En esta novela pretende desmitificar el Mito de París de una forma sarcástica y de parodia, para advertir a los migrantes que esa ciudad (París) no es como la retratan. SSB, como Rubén Darío, conoció la falsedad de tal mito, quiso transmitirlo, declararle la guerra y salir victorioso de ella.
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De prosa franca, ligera, que presenta fugaces cavilaciones filosóficas, “Pobre gente de París” (1958) contiene cortos relatos sobre latinoamericanos que han migrado a la Ciudad de la Luz. Se desarrolla en 8 capítulos una historia principal, la del peruano Juan Navas; las otras historias son de migrantes de diversos países de Latinoamérica, provenientes de Paraguay, Argentina, Honduras, Colombia, Chile, Nicaragua, Panamá y Venezuela. Estas, pese a que aparecen entrecortadas por capítulos de la historia principal, no la opacan; por el contrario, la complementan, le añaden contexto y contenido dando referencias sobre la vida de los extranjeros en París.



Las primeras páginas narran cómo el protagonista, Juan Navas, quien vive en el quinto piso de un hotel, específicamente en la habitación número 15, se ha desilusionando de su viaje a París, y cómo ha caído en la monotonía y el desencanto. Desea encontrar una compañera parisina que  le haga sentir vivo. Buscando regocijo en diversos lugares (Cafés, Boulevards, museos, entre otros) no se ha maravillado y ha perdido casi por completo las esperanzas. Lo único que lo mantiene en esta ciudad es su orgullo, pues al momento de marcharse se despidió de sus amigos y familiares "para siempre"(p.10). Si regresa sería, según él, el hazmerreír de sus conocidos.

Desde esta primera parte, notamos cómo SSB recrea el mito de París en su historia, y lo representará por medio del viaje realizado por Juan Navas. Un punto clave e interesante que debemos tener en cuenta es que puede que el viaje también se deba a un exilio por la dictadura de Manuel Odría, la cual se vive esos años (aproximadamente 1954). Se refuerza esta teoría al percatarnos que sus amigos del Café Mabillon, donde recurre normalmente, son también latinoamericanos y que sus respectivos países viven también época de dictadura. En efecto, París se muestra como la alternativa para quienes busquen urbanización, modernización y cosmopolitismo. Se invita a que el intelectual pase sus experiencias en las espléndidas calles parisinas. La ciudad de quiméricas historias que deben ser vividas para contarlas celebra en todos los rincones del mundo de la bohemia el que personas de índole distinta converjan en sus atrayentes avenidas.  París es aquella ciudad que busca convertir al migrante “en un ciudadano universal que ha trascendido los límites geográficos y culturales”. (Schwartz. citado por Rosas Buendía, 2011. p. 26)

Aquella frustración, debido a la contrastación del mito y la realidad, la superará cuando Juan mantenga interacción con un notable personaje, con quien se comunica diariamente por medio de señales- que él llamará “mensajes” - en su lavabo. Al principio pensó que tenía un amigo, pero conforme va avanzando la historia su ilusión crece hasta llevarlo a iniciar una investigación para dar con la identidad de su compañero (o compañera). Decide que de ser tal personaje misterioso mujer, sería de quien se enamoraría. “Para mí su imagen era sólo una: joven, bonita, sensible, apasionada. Me veía acercándome a una verdadera aventura, que mi creciente exaltación, directamente proporcional a mi anterior melancolía, retocaba cada vez con más refinados detalles” (p.28-29).

El Mito de París se personifica en un misterioso personaje, el cual poco a poco va seduciendo a Juan, como la ciudad a él. Acrecienta su ilusión con cada sonido que le responde por medio del lavabo. Esta persona, desconocida para él, inconscientemente lo ha sacado de su depresión y le ha dado una esperanza, una nueva visión de su vida, un motivo por el que su viaje cobra sentido. Llegó desde tan lejos para buscar el suceso que cambiará su vida, y aparentemente lo ha encontrado.

Poco después, luego de una lucha entre lo que Juan supone lo racional y lo irracional, soborna a Gervasie, la mucama del hotel, para que le comunique quién es la persona que habita el departamento número 12, lugar desde donde provienen los “mensajes”. Juan se llenó de júbilo al enterarse de que aquella persona era mujer. Gervasie le comentó que su nombre era Caroline y que justo en ese momento la joven se estaba duchando. Además de facilitarle tal información, la mucama, en un ademán de confianza, empuja a Juan hasta el pasillo del piso 4 para que conozca a Caroline.

Esta revelación se realizará sin intercambio de palabras ni miradas, será únicamente un encuentro casual. Por suerte, unos días después de este acontecimiento, se volverán a encontrar en un Café. Ella está conversando con un extraño, y Juan vigila a unas pocas mesas a la distancia. Finalizada su conversación, Juan se acerca a Caroline, quien se encontraba sola en el paradero esperando un bus para dirigirse a su trabajo. Ella comienza la conversación con un saludo, guardando cierta distancia en sus expresiones, procurando quizá ser cautelosa. Transcurren los minutos y ella no muestra interés en él. Al llegar su bus, se despide de Juan, pero él responderá con el curioso dato: “-Esta noche llámame por el lavabo”. (p.43)

La actitud de Caroline, quien rechazó prácticamente a Juan, cambia; se despide con un gesto más amistoso. Ahora que nuestro protagonista se ha “presentado” como el autor de las respuestas al juego del lavabo del que participaba Caroline, él es reconocido. Pero al momento de la presentación común persona a persona no hubo tal afecto, ¿qué cambió para que ella se despoje de su carácter cauteloso? “(…) queda claro que la relación entre ellos nace con independencia de la identidad real de Juan. Más bien, la identidad que el protagonista logra imponer ante ella (…) está compuesta de la misma fragilidad que el origen de esta comunicación [el lavabo]. La asimilación a París, pues, exige al latinoamericano el “borrado” de su identidad.” (Rosas Buendía, 2011. p.27)

Esa noche, Caroline y Juan convienen salir juntos dentro de dos días a un bar y luego a la discoteca. Sin embargo, llegado el día de la cita, en la mañana, aparecerá un nuevo personaje: el tío de Juan, Felipe Armijo. Este hombre es descrito acertadamente como “un rico con tanto dinero como vulgaridad” (p.92). En los discursos que dirige a su sobrino, enarbola con fervor religioso los edificios y la modernización de EEUU y expresa su apasionamiento desmedido por las mujeres. Juan estuvo con él casi todo el día, hasta poco antes de salir con Caroline.
Ya en la cita, él  confiesa su amor. Van a una discoteca, donde Juan se sobrepasará al hacer tocamientos malintencionados a Caroline pero permitidos por ella. Después del baile y ya cuando iban a salir del lugar, ella rehusó entregarse sexualmente a él, lo que dejó a Juan con algo de temor e inconformidad en la mente. Empieza a Reflexionar. Se da cuenta que ella le ha ocultado información sobre su trabajo, y cada que le interroga sobre este asunto ella evade la pregunta.

Al día siguiente, el tío Felipe reprochó a su sobrino por no haberlo llevado a la farra de la noche anterior; las brumas del alcohol y el dolor de cabeza delataron a Juan. Para ingresar al  departamento empujó la puerta de la habitación de su sobrino mientras este se encontraba durmiendo. Luego de tanta insistencia, continuaron el tour por la ciudad. Más tarde se encontraron con Caroline. Juan hará las debidas presentaciones. Su tío notó que entre la muchacha y su sobrino había algo más allá que una simple amistad, por lo que actuaba diferente haciendo halagos a la pareja. Después de muchas horas, Caroline se despidió, el tío Felipe se marchó a descansar y Juan fue a visitar a sus amigos.

Entre quejidos y gritos, fue recibido en el departamento de los Olmos, una pareja conformada por una pintora venezolana y un novelista argentino. Fue el peor momento para visitarlos, pues la pareja tenía una ostentosa discusión que parecía sentar raíces en la infidelidad de ambos y el desconfort con el amor de su acompañante. Salió del departamento acompañado por Pedro Olmos, el novelista, y fueron a tomarse un trago y a charlar. “Lo peor que le puede pasar a un hombre es enamorarse. A las mujeres hay que seducirlas; mentirles, conseguirlas y largarlas. Si no es así, se aprovechan de uno. Todas son chantajistas, chantajistas sentimentales, y les encanta hacer sufrir…” (p. 108). Estas palabras, mencionadas con dolor y tristeza por Pedro, son claves en la decisión que adoptará Juan más adelante. Llega el momento crucial para decidirse: ¿qué ha pasado con él, por qué no se siente bien junto a ella? ¿Por qué ella no le cuenta de su trabajo? ¿Quién es realmente ella? “(…) la imagen de Caroline y la de la Nena [esposa de Pedro] se habían ido identificando en mi imaginación, y la obsesión de que ambas eran idénticas y de que yo terminaría en el mismo vórtice de mi amigo argentino, se había apoderado de mí.” (p. 110)
El final de la historia es la derrota definitiva de Juan Navas. El Mito de París, encubierto en la personalidad de Caroline, ha conseguido seducir al protagonista, lo ha sumergido mágicamente en un transe del cual solo despierta cuando, al llegar a su hotel, entra al departamento de la muchacha. Estaba desnuda, echada en la cama, después de haber dado rienda suelta a un encuentro pasional con su tío, quién sale del baño cual vestimenta de Adán. Felipe Armijo intenta explicarle pero es inútil. Juan huye del lugar y solo alcanza a escuchar que Caroline trabaja como prostituta, que ese era su oficio y que por ello no quería que él se enamore de ella.

En la última escena, Juan ha regresado a su estado de desencanto, decide echarlo todo a la suerte. El retrato de París se fue destruyendo ante sus ojos, ante su vida.

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Sebastián Salazar Bondy ha construido, gracias a esta  ingeniosa historia, un modelo de lucha contra la realidad, desmitificación de lo irreal y conciencia social. Su fantástico relato, entre sobresalto y desengaño, nos advierte del mito. Los sucesos son verosímiles y no pecan de ser extremadamente realistas, pues es así como las grandes obras nos ayudan a comprender mejor nuestra realidad, a luchar contra las injusticias que en ella se presentan. Y finalmente, es así como este  peruano de corazón limeño llamado SSB vive entre nosotros, porque, como dice Jean Paul Sartre (1967, p.12), “No nos haremos eternos corriendo tras la inmortalidad; no seremos absolutos por haber reflejado en nuestras obras algunas principios descarnados, lo suficientemente vacíos por pasar de un siglo a otro, sino por haber combatido apasionadamente en nuestra época, por haberla amado con pasión y haber aceptado morir totalmente con ella”.



Bibliografía

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ROSAS BUENDÍA, Miguel.
2009. Mito urbano y “evasión ciudadana” en Pobre gente de París de Sebastián Salazar Bondy. Tesis para optar el título de Licenciado en Lingüística y Literatura con mención en Literatura Hispánica, Pontificia Universidad Católica del Perú. Recuperado de http://tesis.pucp.edu.pe/repositorio/bitstream/handle/123456789/460/rosas_buendia_miguel_mito_urbano.pdf. (URL). 16 de Enero de 2012.

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1967.  ¿Qué es la literatura? (Cuarta Edición). Traducción de Aurora Bernárdez. Buenos Aires: Editorial Losada. S.A.

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1993. El pez en el agua. Lima: 2010, Santillana S.A.

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