martes, 21 de febrero de 2012

Luis Loayza: La narrativa peruana en su cénit


Es casi siempre necesaria una referencia a nuestro único Premio Nobel (que es por el que casi todos le conocen, presumiblemente) y la revista Literatura editada en años de mocedad universitaria, para dar cuenta del eterno borgiano de Petit Thouars. Escribir de este conspicuo prosista es un necesario acto de justicia. ¿Es qué acaso conocías mención alguna sobre Luis Loayza, tú, joven lector, salvo por las hasta cierto punto vagas referencias de la biografía de Mario Vargas Llosa?

El genio en cuestión perteneció a la Generación del 50, aquella pléyade de  hombres donde poetas cuyo ideal incesante de justicia y libertad fáctica, se sumó a su intensa avidez de naturaleza revolucionaria; lograron forjarse como los baluartes de un movimiento dónde predominó el compromiso social sobre la  los valores estéticos en el diseño de una ficción. Su resultado fue la concretización de una admirable escuela que estuvo a la altura de una corriente Hispanoamericana capital; de la que diríamos, sin un ápice de vacilación, ha sido de lo mejor que nos ha otorgado el arte ecuménico. En el caso de la narrativa, la búsqueda de la identidad en la Urbe, dado el incremento de migrantes y pueblos jóvenes, y la aparición de aquel personaje predilecto por los cuentistas de esta corriente: el ser marginado, una secuela del movimiento realista decimonónico que fue el cimento de los las grandes proezas literarias del siglo XX. Sus temas contenían una fuerte influencia del existencialismo de Sartre y Camus, del primero esencialmente sus bríos de rebeldía materialista; además de las técnicas utilizadas por egregios autores occidentales tales como Joyce o Faulkner, como complemento perfecto para aquello que osaban representar.


Con este prolegómeno, tratamos de dilucidar brevemente aquella insurrección silenciosa que representó la narrativa de Luis Loayza (Lima, 1934), convertido ahora por estas posmodernas salas de bodrio visceral, en un auténtico autor de culto. Su escasa y precisa obra, sumada a su profunda veneración por el genio porteño, a juicio del que suscribe este artículo, el mejor autor hispanoamericano de la historia; Jorge Luis Borges, dio como resultado la aparición de elementos altamente subjetivos en una obra que tuvo como evidente propósito ser de carácter universal. Los problemas y cavilaciones metafísicas que surgen de estas extáticas ficciones, son un claro guiño al poder de la erosión de lo que entendemos como fundamentos de la realidad material, lo que Borges proclamaba “el sueño dirigido”, la Literatura como evasión onírica de lo concreto y creación eterna de realidades alternas y fantásticas.

Se erigió como un poeta de la narrativa, además de -como Borges- un profundo respetuoso del arte de la palabra. Un obstinado lector que solo escribía cuando fuese necesario, tal como predicaba el ciego clarividente. Un individuo que rompe con la anarquía imperante y se  define como un narrador sosegado y paciente, esta característica origina el cimento de historias con técnicas clásicas, pulidas al hastío, que lejos de volverla tediosa, transmuta a su obra a una perfección estilística que roza el eje orgásmico de la narrativa hispanoamericana.

Luis Loayza, escribió una sola novela, y quizás debido a esto y otros factores (como su sempiterna apatía); su exquisita prosa no ha sido reconocida debidamente. Como resume MVLl, “Loayza es uno de los grandes prosistas de nuestra lengua y estoy seguro de que tarde o temprano será reconocido como tal”. Pese a ser tan poco difundido, entre los círculos estudiosos de nuestro arte de la palabra es considerado un genio al unísono, quizás (sin menoscabar la valiosa y vasta obra de nuestro Nobel), el mejor narrador que han parido estas tierras.

Muy joven escribe su primera magistral obra, El Avaro y Otros cuentos (1955), una serie de relatos cortos con un elemento en común: el personaje cotidiano que se enfrenta a la arbitrariedad de la relación entre el sujeto y el vasto universo, quizás subsumido por la fuerza de un ente superior, una mezcla de esperanza entre aquél enigmático hálito de melancolía. Loayza recurrentemente acude a la figura ribeyriana (quizás por influencia de su amistad personal) del desconsolado, de ese nostálgico de los sueños perfectos, que se conforma con el sosiego de una existencia mediocre.

La compleja y pulida elegancia de la obra respondió a la necesidad de contraponer estilos en nuestra Literatura, misión que se encomendó quizás inconscientemente. Especialmente en la creación de ensayos, donde destaca nítidamente hasta el punto que algunos críticos no han dudado en señalarlo como uno de los mejores ensayistas literarios de la historia de Hispanoamérica. Rótulo que tendría bien ganado, pese a su desidia para la creación, dada su profunda veneración por la Literatura y su avidez obstinada en deleitar al lector valiéndose de un acucioso proceso de creación estética, que debe ser la característica fundamental de su identidad como narrador, al referirnos a este artista de la palabra. Expresión plasmada en la desconfiguración de la realidad basada en las dudas de lo más profundo de nuestro poder ser (idealismo subjetivo), su producción alcanza el paroxismo en los sus celebrados ensayos. Solo un empedernido lector como Loayza podría ser capaz de introducirnos en lo más abstruso de los universos internos de un autor y su obra, máxime si es un representante del existencialismo europeo; de tal forma que podamos decantarnos con tono lúcido de la belleza de un Ulises de Joyce, por ejemplo, donde la audaz introspección de sus páginas se modela con la vivaz y magníficamente trabajada prosa de Loayza. Trataré, en la medida de lo posible, de escribir de estas fabulosas obras de no-ficción, en otra entrada, puesto que mi admiración es infinita.

En Una Piel de Serpiente (1964), luego de su lograda aventura por huestes epigonales borgianas; obtiene como resultado una originalidad nunca antes presenciada por zona americana. Supo a cabalidad expresar las inquietudes ontólogicas que acechaban una Europa pos-guerra con los fantasmas imperecederos de la realidad, como la opresión y la humillación de nuestro ser. Mucho se ha hablado de una influencia directa, y hasta de una emulación cuasi perfecta del Nouveau roman; sin embargo, hay que señalar también el preciso influjo de la añorada Generación del 50 queda más que evidente, pues la trama se centra en una feroz dictadura, y el anhelo metafísico y real de la libertad.

Sus últimas ficciones las trabajó en Otras Tardes, valiosa obra de Loayza que es además su producción más difundida. Las descripciones son tan hermosamente elaboradas que por momentos se obvia la trama, que a pesar de ella, jamás aparenta ser sosa. La introspección recurrente de los personajes constituye la pieza maestra de este conjunto de cuentos cuyo componente subjetivo es alto, lo cual origina una constante atribulación retrógrada de los personajes, lo cual produce una profunda identificación del lector con estos. Nos sumerge en la psicología de personajes comunes y, pese a su esencia consuetidinaria, nos atrapa con su perfección estílistica. Originando, además, una recepción interna a cabalidad sobre la rauda sucesión de acontecimientos influidos por la cotidianeidad de los hombres, nuestra eterna y subrepticia búsqueda de la plenitud.

Esta es tan solo una introducción, un primer acercamiento  a la extraordinaria obra de este genio. Resulta, entonces, la lectura de sus ensayos una verdadera obligación; para todo aquel que al menos, ose invadir terrenos literarios en búsqueda de la verdadera belleza que debe representar una invención de esta naturaleza. Personalmente, mi autor favorito de la Literatura peruana, por las razones expuestas en este artículo; si es que debiera haber un umbral que separa las creaciones épicas por regiones, aunque esto a veces también, diera lugar al nacionalismo exacerbado que sufrió un autor peruano por estos días y con el que nos mostramos solidarios. El papel de la tolerancia es de carácter insoslayable en cualquier sociedad que aspira a un pleno y verdadero progreso. Leer a Loayza es leer algo absolutamente distinto a lo forjado por “nuestros” autores nacionales; es incluso más universal que el propio escribidor. Vale la pena esperar, hasta al fin de sus días, que nos siga deleitando con su soberbia y delicada pluma. Y con la esperanza de que más amantes de la buena Literatura, tengan el placer de cautivarse con sus creaciones, sin haber, pues, mejor reconocimiento posible a su brillante obra.

0 comentarios:

Publicar un comentario